En busca de la memoria perfecta: Episodios en la historia de las técnicas de memorización (Spanish Edition)
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Sin embargo, lo más común es que estos diccionarios aparezcan incluidos como anexo en los propios manuales de mnemotecnia. Así, por ejemplo, recuerdo que cuando encontré el libro L’Arte Della Memoria de Tito Aurelj me sorprendió el grueso del volumen, 700 páginas, pero, claro, resulta que más de la mitad las ocupa un «vocabolari dell’arte della memoria». El primer anexo de este estilo que conozco aparece en la obra de 1813 An improved system of mnemonics de Thomas Coglan.
Dos notas respecto a estos diccionarios:
1) A veces parece que se trata de un trabajo extraordinario por la alta cifra a la que llegan. Por ejemplo, el ya mencionado Diccionario Mnemotechnico de A. Pereira Ferrea Aragão incluye palabras numéricas para las cifras que van desde el 0 al 10 000. El problema es que suelen presentar muchas lagunas: si para un número no encuentran ninguna palabra numérica, pues simplemente se lo saltan. Por lo general, que lleguen al número 10 000 no significa que hayan 10 000 números, sino que tan solo están presentes aquellos números hasta el 10 000 para los que se ha encontrado una palabra numérica.
2) Como para cifras de tres o más dígitos a menudo es verdaderamente difícil encontrar una palabra numérica, es habitual que en tales casos se recurra a combinaciones de palabras, incluso expresiones o breves frases. Por ejemplo, para el número 9 999 el Diccionario Mnemotechnico que estamos citando propone las siguientes alternativas: «9 999 - Papa bebia, bebia a pomba, bebe á pipa, papa a poupa».
Alemán
Buscando incluir también algún ejemplo en alemán he indagado en la bibliografía de Carl Otto Reventlow (nombre real: Karl [Carl] Christian Otto; utilizaba pseudónimo para evitar la confusión con un conocido periodista de la época de igual nombre), autor de origen danés pero que alcanzó cierto renombre en la zona de Alemania y Austria, donde divulgó los principios de la nueva mnemotecnia francesa.
Sin embargo, en ninguna de las dos obras que he podido consultar (Lehrbuch der mnemotechnik, 1843; Leitfaden der mnemotechnik fur schulen, 1846) utiliza la tabla pitagórica combinando sustantivos y adjetivos. En estos momentos, ignoro si la incluyó en algún otro libro o si esta aparece en el libro de algún otro autor en alemán.
Un arte polémico
La noticia salta en marzo de 2016. Bajo titulares como «Futuros médicos denuncian machismo en una academia del MIR», «Machismo intolerable en una academia del MIR» y similares, descubrimos el suceso:
Estudiantes del MIR, el examen que se hace para conseguir una plaza de médico, denuncian machismo en la academia […] el profesor usó unas diapositivas con conceptos como «la guarra de la discoteca» o «la rancia de la discoteca» porque recordaran, mediante la mnemotecnia, los diferentes tipos de glándulas de la piel.
Otros medios añadían:
Los estudiantes […] exponen la actitud machista y misógina de un profesor en una clase de Dermatología el pasado 10 de marzo. En esa clase el maestro no dudó en utilizar como reglas mnemotécnicas para aprender conceptos como glándulas, psoriasis o liquen conceptos machistas, «degradantes, humillantes y denigrantes» hacia la mujer.
Vale, no es mi intención justificar la actitud del profesor ni juzgar la reacción de los alumnos (no soy quién para hacer tal cosa), pero a raíz de esta noticia surge una cuestión, o dos, que merece la pena considerar.
La mnemotecnia no es ninguna poción mágica: sus reglas y consejos se han construido a lo largo del tiempo a partir de la simple observación. Uno de los primeros hechos que se constataron es que aquellas situaciones con una fuerte carga emocional suelen grabarse fácilmente en la memoria. Quizás no recuerdes qué comiste ayer, por ejemplo, pero seguro que recuerdas el menú de aquel día en que el rollo entero de papel higiénico se te quedó corto (fue «divertido», ¿eh?). El mal trago, sin duda, contribuyó a que hoy todavía recuerdes aquella comida.
Por eso, ya el anónimo autor de la Rhetorica ad Herennium aconsejaba imaginar aquello a memorizar en situaciones impactantes, que «conmuevan nuestro espíritu». Una buena mnemotecnia debe, por tanto, tener cierto componente emocional que la haga impactante, bien porque plantea algo divertido, o bien triste, o esperanzador, o repugnante, etc.
Desde el punto de vista estrictamente mnemotécnico, si la «guarra de la discoteca» —volviendo al tema de la noticia— ayuda a memorizar unos datos importantes, la escena está justificada, por inmoral que sea (es precisamente esa «inmoralidad» lo que propiciará el recuerdo).
Otra cosa sería que, con la excusa de la mnemotecnia, el profesor aprovechase para dar rienda suelta a alguna fobia reprimida, pero supongo que lo más probable es, sencillamente, que buscando incorporar algún elemento llamativo, impactante, se le ocurriese lo de la «guarra de la discoteca» sin acertar a medir las posibles consecuencias.
Y es que hay una pequeña cuestión que conviene tener en cuenta: una cosa es componer unas mnemotecnias para nosotros mismos, para nuestro uso personal y particular, y otra distinta es preparar unas mnemotecnias que mostrar a los demás, que haremos públicas.
En este segundo caso conviene ser prudente y pensar bien los ejemplos, pues cada persona es un mundo y, a veces, lo que para unos es útil y está bien, para otros puede que esté mal y no sirva de nada. Eso sin contar con que nunca podemos estar seguros de cómo serán interpretadas nuestras palabras, o de sus efectos.
Supongo que el profesor protagonista de la noticia aprendió esto por las bravas, pues los titulares al cabo de unos días eran: «Apartado el dermatólogo que llamó rancias y guarras a chicas de discoteca», «Expediente al médico que tachó a las chicas de discoteca de “guarras”».
Quizás le consolara descubrir que él no es, ni mucho menos, el primero en verse envuelto en líos por calcular mal el alcance de sus mnemotecnias; seguramente se hubiera evitado quebraderos de cabeza de haber conocido la siguiente anécdota.
Hacía un año, más o menos, que Aimé Paris llevaba recorriendo Francia con sus cursos de memorización cuando en 1823, en la ciudad de Nantes, el prefecto de la zona, Mr. Brochet de Verigny, de pronto le prohíbe tajantemente seguir con esta actividad. Al parecer, durante una clase Aimé Paris había puesto unos ejemplos de mnemotecnias que no dejaban en muy buen lugar al gobierno del rey Luis XVIII, y alguien se lo tomó a mal.
Disconforme, nuestro protagonista regresa entonces a París y se presenta en el ministerio reclamando justicia, que revoquen la orden del prefecto y le permitan continuar con sus clases en Nantes. Pero tan solo conseguirá el efecto contrario: tras considerar el caso, se le extiende la prohibición a toda Francia. No será hasta cinco años más tarde, bajo el ministerio de Martignac, que logrará finalmente el levantamiento del veto.
Es durante este intervalo de cinco años que nuestro autor aprovecha para impartir sus cursos por el extranjero —¡que remedio!— visitando ciudades de Bélgica, Holanda y Suiza.
Pues bien, personalmente, conocer esta aventura me resultó de gran ayuda hace unos años cuando sucedió lo siguiente (para que luego digan que la historia no tiene una aplicación práctica):
José Luis Valero es un señor mayor, ya jubilado, aficionado a la mnemotecnia. Cierto día, ojeando unos libros en la biblioteca municipal tropezó con la obra de Michael H. Hart Los 100, un ranking de las personas más influyentes en la historia. Como el mismo título indica, aquí encontramos un listado de cien personalidades relevantes y José Luis pensó que sería buena idea preparar unas mnemotecnias que ayudasen a recordar la posición que ocupaba cada una de ellas en la lista.
Cuando me envió su trabajo para exponerlo en forma de artículo en la web
Al ver este ejemplo automáticamente me acordé de Aimé Paris. Todos somos libres de componer las mnemotecnias que nos vengan en gana, las que nos den mejores resultados, pero si algo nos enseña la aventura del francés es que conviene ser cautos con aquellas que vayamos a compartir con los demás.
Así, aunque desde el punto de vista mnemotécnico la idea de José Lu
is era perfectamente válida y eficaz, sospeché que al leer esto más de uno —y más de dos también— lo último que verían aquí sería un recurso mnemotécnico y, con motivos o sin ellos, fácilmente podría acabar armándose la de Dios (nunca mejor dicho). Ya me vi incluso con las autoridades cerrando la web y teniendo que abrir otra en el extranjero.
Le expuse estas razones a José Luis proponiendo revisar los ejemplos y componer mnemotecnias que, a ser posible, no tuvieran connotaciones políticas ni religiosas, para evitar vernos en medio de polémicas innecesarias. Coincidió conmigo en este criterio y, tras algún retoque, finalmente divulgamos el artículo. Puede verse el resultado final en esta dirección:
Tiempo después, cuando me reuní con mi editor Carlos Yáñez para la publicación del título La pastilla verde, me pareció verle animado con la idea de lanzar un libro de mnemotecnia porque lo consideraba un tema interesante, útil, alejado de «polémicas»… Al oírle decir esto, claro, no pude menos que sonreír.
Críticas
En cierta ocasión, indagando un poco sobre la mnemotecnia portuguesa, centrado más concretamente en la figura de Antonio Feliciano de Castilho, casualmente encuentro un libro suyo de poemas titulado A noite do castello, de 1836.
Al echar un vistazo, a mitad de libro me sorprende una extensa nota a pie de página donde el autor reflexiona sobre el arte de la memoria. Allí, por ejemplo, encontramos el siguiente poema, dedicado al supuesto inventor de la mnemotecnia, Simónides de Ceos:
O Poeta Simonides fallando
Co’ o Capitam Themistocles um dia,
Em cousas de sciencia praticando;
Hum’ arte singular lhe promettia,
Que entäo compunha, com que lhe ensinasse
A lembrar-se de tudo o que fazia;
Onde täo subtís regras lhe mostrasse,
Que nunca lhe passassem da memoria
Em nenhum tempo as cousas que passasse.
Bem merecía, certo, fama e gloria,
Quem dava regras contra o esquecimento
Que sepulta qualquer antiga historia.
El poeta Simónides hablando
Con el capitán Themistocles un día,
En cosas de ciencia platicando;
Un arte singular le prometía,
Que entonces componía, con que le enseñase
A acordarse de todo lo que hacía;
Donde tan sutiles reglas le mostrase,
Que nunca le saliesen de la memoria
En ningún tiempo las cosas que ocurrieran.
Bien merecía, cierto, fama y gloria,
Quien daba reglas contra el olvido
Que sepulta cualquier antigua historia.
No me convence mucho este poema, la verdad; no dudo de sus méritos literarios, pero parece presentar la mnemotecnia como una especie de poción mágica que permitirá recordarlo todo así por las buenas, sin más. Y eso no deja de ser un error.
Pero, más allá de estos versos, lo que realmente me llama la atención es el siguiente fragmento del libro de Antonio Feliciano de Castilho:
Ninguem fez jamais tamanho damno á mnemónica como os propios seus professores n’este nosso tempo. Feinaigle, a quem muito ella deve, requeria dos discipulos espantosos juramentos de segredo, com o que mui ruim fama deitou da sciencia, a qual em animos de quem a não conhecia, bem devia parecer indigna de lograr a luz. Um Aimé Pariz que a hoje professa em França e já em um pleito judicial foi por meus Irmãos convencido perante um dos mais authorizados Tribunaes de Pariz de ter saido á praça litteraria com alheas galas que mal cosidas e mal trajadas hia chamando suas, ese Aimé Pariz, digo, que a si se assoalhava despejadamente por author de um sistema em o qual nem um só principio havia inventado […]
Nadie hizo jamás tal daño a la mnemotecnia como sus propios profesores en este nuestro tiempo. Feinaigle, a quien ella debe mucho, requería de los discípulos espantosos juramentos de secreto, con lo que dotó de muy mala fama a esta ciencia, la cual, en ánimos de quien no la conocía, bien debería parecer indigna de ver la luz. Un Aimé Paris que hoy la enseña en Francia ya ha sido llevado a juicio por mis hermanos acusado ante uno de los más autorizados tribunales de París de haber salido a la plaza literaria con galas ajenas que mal cosidas y mal talladas ha llamado suyas, ese Aimé Paris, digo, que se presentaba descaradamente como autor de un sistema en el cual ni un solo principio había inventado […]
Este pasaje resulta muy interesante porque supone un ataque directo a la yugular de dos figuras capitales en la historia de la mnemotecnia: Feinaigle y Aimé Paris. ¿Hasta qué punto están fundadas las feroces críticas del poeta portugués?
Feinaigle
A Feinaigle le acusa de hacer jurar a sus alumnos que no divulgarán nada de lo aprendido en los cursos —en efecto, parece ser que incluso les prohibía tomar notas—, y que con tanto secretismo le dio muy mala fama a la mnemotecnia.
Esto es algo bastante común en la historia del arte de la memoria. A lo largo de los tiempos siempre han habido personajes que han convertido las técnicas de memorización en su modo de vida; aunque sus métodos no tengan nada de especial, los envuelven en un halo de misterio para que, quien quiera conocer sus secretos o descubrimientos, pase por taquilla y pague la entrada. Por tanto, esos «secretos» hay que mantenerlos a buen recaudo, que nadie los divulgue o se acabó el negocio.
En este sentido Feinaigle no es más que otro «vividor» dentro de una larga estirpe; lo mismo hizo antes Schenkel y lo mismo hará después Loisette, por citar un par de nombres de los más conocidos (el norteamericano Loisette, a finales de siglo XIX, hacía firmar contratos de confidencialidad con multa de quinientos dólares —¡de los de aquella época!— en caso de incumplimiento).
Pero siempre hubo quien, haciendo caso omiso a tales prohibiciones, escribió sobre el sistema de Feinaigle tanto en su etapa en Francia, como en Alemania, como en Inglaterra (gracias a estos trabajos conocemos la mnemotecnia del alemán, ya que de su propia mano nunca salió otra cosa más que algún panfleto publicitario).
Es precisamente en tierras británicas donde se publica la obra más completa (The new art of memory, London, primera edición en 1812) y donde Feinaigle alcanza mayor fama. De ahí, seguramente, que el The Dictionary of National Biography incluya una referencia a nuestro protagonista, donde podemos leer:
[…] Feinaigle made a mystery of the details of his method, and was in consequence denounced in some quarters as an impostor. He gained, however, many devoted adherents.[…]
[…] Feinaigle hizo un misterio de los detalles de su método, y por eso en algunos lugares le denunciaron como impostor. Consiguió, a pesar de todo, muchos seguidores entusiastas.[…]
En efecto, a pesar de sus éxitos —principalmente, como he apuntado antes, en las islas británicas: allí logró captar la atención de ciertas personalidades docentes que adoptaron para sus centros alguno de sus métodos, incluso termina dirigiendo una escuela en Dublín—, a Feinaigle siempre le persiguió cierta fama de charlatán. De hecho, cuando Lord Byron inmortaliza su nombre en uno de sus poemas (Don Juan, I, xi), no le presenta como un maestro, sino como un vendedor:
Her memory was a mine : she knew by heart
All Calderon, and greater part of Lope,
So that if any actor miss’d his part,
She could have served him for the prompter’s copy;
For her Feinagle’s were an useless art,
And he himself obliged to shut up shop - he
Could never make a memory so fine as
That which adorn’d the brain of Donna Inez.
Su memoria era una mina; conocía de memoria
Todo Calderón y gran parte de Lope [de Vega],
De modo que si algún actor olvidara su texto,
Ella bien podría servirle de apuntador;
Para ella el de Feinagle era un arte inútil,
Y se vería obligado a cerrar su tienda - él
Nunca podría crear una memoria tan perfecta como
La que adornaba la cabeza de Doña Inés.
/> Incluso harán bromas con su nombre escribiendo, en vez de Feinaigle, Finagle, que significa algo así como «tramposo» (también Lord Byron lo escribe mal, pues falta una «i»; aun hoy se discute sobre si fue un descuido o si es un error intencionado con doble sentido). El nombre original en alemán, por cierto, era, al parecer, Gregor Feinoegl, siendo Feinaigle una vulgarización o adaptación del apellido.
Retrato de Gregor von FEINAIGLE en el libro The new art of memory (London, 1812).
Acierta pues el poeta portugués: de un charlatán no cabe esperar mas que mentiras, por tanto —deducción fácil—, la mnemotecnia no ha de ser otra cosa más que una mentira con la que sacar el dinero a los incautos.
Aimé Paris
El poeta portugués compara la mnemotecnia de Aimé Paris con un traje mal cosido y mal tallado, confeccionado a partir de galas ajenas. Por si a alguien se le escapara el significado de la metáfora, a renglón seguido acusa al francés de presentarse como autor de un sistema donde ni una sola idea es original suya.
Bien, en primer lugar cabe señalar que en esta historia Antonio F. de Castilho no es una figura imparcial. Cuando sus hermanos empiezan a divulgar la mnemotecnia de Aimé Paris en Francia, al francés parece no hacerle mucha gracia y el hecho es que acabarán intercambiando reproches, acusaciones e incluso demandas judiciales (el poeta portugués, obviamente, defenderá la causa de sus hermanos, por lo que no cabe esperar aquí muchas alabanzas hacia el francés).
A día de hoy todavía no conozco los detalles ni el desenlace de esta batalla, tan solo puedo confirmar que, al final, tanto uno como otros abandonarán totalmente la mnemotecnia: a partir de 1834 Aimé Paris se centrará exclusivamente en el desarrollo de un nuevo sistema de notación musical, el Méthode Galin-Paris-Chevé; dos años después los hermanos Castilho han dejado Francia y, salvo por alguna exhibición puntual, tampoco volverán a tratar la mnemotecnia (José F. de Castilho terminará ejerciendo como abogado en Rio de Janeiro, en Brasil; de su hermano Alexander Magno no tengo noticias).